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Son pocas las obras provenientes de otras cinematografías que han logrado poner en tela de juicio esa alucinante propaganda fílmica. El cine turco responde ahora con un verdadero panfleto: Kurtlar Vadisi – Irak (El Valle de los Lobos – Irak) de Serdar Akar (2005) [1].
Ficción y realidad
El Valle de los Lobos evoca un hecho real: el arresto, el 4 de julio de 2003, de once miembros de las fuerzas especiales turcas por el ejército de Estados Unidos, ocurrido en Suleimanieh, norte de Irak. Los once soldados turcos fueron esposados y los estadounidenses les cubrieron la cabeza con sacos de yute. Después de haber sido interrogados durante varios días fueron liberados sin que se les diera la menor explicación. Según el ejército estadounidense, se sospechaba que estaban preparando un atentado contra el gobernador kurdo de Kirkuk. Se trataba más bien de una represalia debido a que Turquía, a pesar de su larga alianza con Estados Unidos, se había negado a autorizar el paso de las tropas estadounidenses por el territorio turco durante la nueva agresión contra Irak. El incidente constituyó una dolorosa humillación para los turcos, pueblo con una conciencia nacional profundamente enraizada.
Este incidente sirve de punto de partida a la historia del film. Antes de suicidarse, un oficial turco traumatizado por el tratamiento sufrido envía una carta de adiós a su amigo Polat Alemdar: «Ese acto constituye una ofensa a toda la nación turca», escribe. Alemdar es un agente secreto ya conocido de los espectadores turcos, protagonista de una exitosa serie televisiva, también intitulada El Valle de los Lobos, durante la cual el agente se infiltraba exitosamente en la mafia. Esta vez, Polat Alemdar (personaje interpretado, al igual que en la serie televisiva, por el actor Necati Sasmaz) parte inmediatamente para Irak con el fin de vengar a su amigo. Su objetivo es encontrar a Sam William Marshall, el responsable estadounidense del «caso de los sacos de yute». En Irak descubrirá una verdadera pesadilla…
Un blockbuster antiimperialista
Esta superproducción (con un presupuesto de 8,4 millones de euros, se trata de la película más cara de la historia del cine turco) está rompiendo todos los récords de taquilla en Turquía con más de cuatro millones de espectadores desde su estreno, el 3 de febrero de 2006. También fue un gran éxito en Alemania (con una minoría turca, o de origen turco, de 2,6 millones de personas), donde más de 500 000 personas ya vieron el film, estrenado allí el 9 de febrero.
La prensa turca y la prensa europea comenzaron a referirse al Valle de los Lobos – Irak luego del éxito inicial del film en Turquía. Su posterior éxito en Alemania, acompañado de violentas condenas por parte de varios políticos de ese país, suscitó una nueva oleada de artículos en Europa e incluso en Estados Unidos. Edmund Stoiber, jefe de la CSU bávara, partido cristiano afiliado a la derecha extremista, llamó efectivamente a boicotear el film. Y lo hizo hábilmente, en vez de exigir una censura estatal exhortó a los propietarios de salas cinematográficas a retirar El Valle de los Lobos de sus carteleras. Contó con el apoyo de algunos dirigentes de los Verdes y del Consejo Central de los Judíos de Alemania y su consigna encontró eco en el circuito de salas cinematográficas Cinemaxx, que renunció el 23 de febrero a la explotación del film. Sin embargo, la medida afectó solamente a 12 de las 68 copias puestas en circulación en Alemania. Se desató así una verdadera polémica, en la que los detractores del film repiten a menudo las mismas acusaciones afirmando que se trata no sólo de un film «antiamericano» sino también antisemita.
Kurtlar Vadisi – Irak comenzó a exhibirse después en Bélgica y Suiza, pero su presentación en las pantallas francesas no estaba prevista hasta el mes de abril. El enorme éxito de su presentación en los países vecinos llevó sin embargo a muchos curiosos a ir a verlo a Alemania o Bélgica. El distribuidor para Francia Too Cool (productor y promotor de filmes turcos), decidió entonces adelantar su lanzamiento en el hexágono para el 1ro de marzo poniendo en circulación 15 copias subtituladas en las ciudades francesas de mayor concentración de personas de origen turco (París, Colmar, Oyonnax, Lille, Lyón…). Resulta curioso que ninguna de las publicaciones que se dedican a la promoción en el mundo parisino del espectáculo haya anunciado el comienzo de la exhibición de este largometraje, que tuvo lugar en París en la antigua sala de la Cinemateca Francesa (42 boulevard Bonne Nouvelle), dedicada hoy a la proyección de filmes de diferentes países del mundo (el nuevo nombre de la sala es precisamente «Cinéma du monde»). Ciertos medios de prensa, como Le Monde, Canal + y France 3 (la red nacional) anunciaron su exhibición pero lo hicieron de modo hostil y con cierto tufo de escándalo.
Vimos El Valle de los Lobos – Irak, un film mucho más pertinente y más rico de lo que dicen la mayor parte de los medios occidentales oficiales. Se trata de una obra híbrida en la que se mezclan acción bruta, cine popular oriental y escenas de reflexión mucho más elaboradas. Abiertamente concebido para el gran público, el film retoma todos los códigos del cine de acción hollywoodense y los aplica a un mensaje diametralmente opuesto: la denuncia del imperialismo estadounidense, de su sangrienta ocupación de Irak y de su desprecio por los pueblos. No resulta inútil precisar aquí que el presente artículo está basado en las copias subtituladas en idioma francés distribuidas en Francia.
Las relaciones turco-estadounidenses como telón de fondo
Polat Alemdar se introduce en Irak en compañía de dos de sus fieles compañeros de armas. Guardafronteras kurdos poco amables (los peshmergas que administran el Kurdistán iraquí por cuenta de Estados Unidos) detienen el auto en el que viaja el héroe. Los tres agentes turcos se ven obligados a eliminarlos. Primera escena ultraviolenta de las muchas que componen el film. Alemdar y sus hombres llegan a Irbil, a un hotel de lujo propiedad de una cadena estadounidense (el «Grand Harilton», referencia a los hoteles Hilton), con la esperanza de atraer allí a Sam William Marshall. Los peshmergas los descubren y tratan de arrestarlos en la sala del restaurante. Alemdar se muestra especialmente despectivo hacia estos kurdos, que él considera colaboradores de los ocupantes estadounidenses. Exige la intervención del director estadounidense del hotel diciendo que ha instalado cargas explosivas por todo el hotel. El director le avisa a Sam Marshall y este último se presenta inmediatamente en el hotel.
Se produce entonces un diálogo muy revelador. Marshall (cuyo papel interpreta el actor estadounidense Billy Zane), ex militar al mando de una unidad secreta de la CIA en el norte de Irak, presenta precisamente las exigencias que los turcos pueden esperar de parte de Estados Unidos: Hace 50 años que les estamos pagando. Les pagamos hasta el elástico de la ropa interior que llevan puesta. ¿Qué más quieren? Además, nosotros los salvamos a ustedes de los comunistas...» Elegante alusión a la alianza sellada entre ambos países después de la Segunda Guerra Mundial. Miembro de la OTAN, Turquía es de importancia estratégica para Estados Unidos, que tiene varias bases militares en territorio turco. Para mantener a Turquía en la esfera de influencia occidental durante la época de la guerra fría, Washington benefició ampliamente a ese país a través del plan Marshall. El propio nombre del personaje estadounidense Sam Marshall parece ser una superposición irónica de la referencia al «tío Sam» y la denominación del «Plan Marshall». « No soy ni líder de un partido político ni soldado sino un simple turco», le responde Alemdar. Interesante respuesta que le permite erigirse en representante de la nación turca en su conjunto y que otorga al film un carácter totalmente consensual en el plano de la política interna turca. Su objetivo es la realización de una venganza simbólica: ponerle a Marshall un saco de yute. Pero el estadounidense utiliza como «escudo humano» a un grupo de niños que lo acompañan, niños que iban a cantar en una velada organizada con fines caritativos. Alemdar decide posponer el enfrentamiento.
Las escenas del hotel son interrumpidas periódicamente por escenas de una acción paralela: la celebración de una boda árabe en una aldea rodeada por el ejército estadounidense. Los soldados esperan cínicamente que se realicen los tradicionales disparos en honor a los novios para invadir el lugar en busca de «terroristas» armados. No vacilan en dispararle a quemarropa a un niño, antes de masacrar indiscriminadamente a los invitados. El novio es asesinado ante la mirada de su prometida al tratar de acudir en ayuda de esta. Las imágenes de la matanza se muestran en cámara lenta para amplificar su impacto emocional.
Reconstrucciones de hechos reales
Los sobrevivientes son enviados a la tristemente célebre prisión de Abu Ghraib. Imágenes de pura ficción, como la llegada de los prisioneros y el traslado de muertos y heridos cubiertos de sangre, se mezclan con evocaciones de carácter menos «gore», aunque mucho más angustiosas. Los autores del film reconstruyeron cuidadosamente algunas de las escenas reales que tanto disgusto provocaron en la opinión pública mundial. Se trata de las imágenes filmadas por los propios soldados estadounidenses en las que se muestran las torturas que infligiera a numerosos detenidos la soldado Lyndie England. La diferencia de tratamiento cinematográfico es evidente. El encuadre y la puesta en escena, sobria y muy cuidadosa, resultan casi hiperrealistas. El film reproduce cada detalle del video original, hasta la imagen misma del soldado que filma la escena con su cámara de video.
- «El Valle de los Lobos – Irak» reconstruye fielmente ciertas escenas de la vida real.
No se trata de un ejemplo aislado. Una característica sobresaliente del film (poco mencionada en la prensa dominante) es que recurre a hechos reales en la descripción de los abusos estadounidenses en Irak. Los periodistas que denuncian el «antiamericanismo» del film El Valle de los Lobos – Irak se quejan invariablemente de que presenta a los ocupantes como asesinos sanguinarios. Lo que no dicen es que la gran mayoría de los crímenes representados en el film son reconstrucciones de hechos reales. «No comparto las acusaciones de antiamericanismo. Yo trabajé en Irak y allí vi la mayoría de los hechos que se cuentan en el film, son escenas exactamente similares a las que yo mismo pude ver allá. El guionista hizo un buen trabajo. Reflejaron los hechos en la pantalla», dice Jerome Bastion, corresponsal en Turquía de Radio Francia Internacional, citado por el sitio turco-belga Belexpresse [2].
El ataque contra la boda hace efectivamente referencia al bombardeo, perpetrado por la aviación estadounidense contra una boda en la aldea de Mukaradib (región de Al-Qaem, en el oeste de Irak), en que murieron más de 40 civiles en mayo de 2004. Ante las protestas, el comando de las fuerzas estadounidenses afirmó que había sido un ataque contra «una reunión de terroristas». Otro secuencia sobresaliente es la que se desarrolla en una aldea durante la oración vespertina. Cuando el almuecín grita «¡Por la independencia!», un cohete estadounidense lanzado por los ocupantes lo pulveriza con minarete y todo. En la vida real, las fuerzas militares estadounidenses no vacilaron en atacar recintos religiosos. Basta con recordar el bombardeo contra la mezquita Hadret Mohammediya, en Faluya, perpetrado el 15 de abril de 2005, ataque que destruyó precisamente el minarete así como la escuela coránica y parte del recinto.
Durante las escenas que se desarrollan en la prisión de Abu Ghraib, se ve un médico estadounidense con una cicatriz en el rostro (Gary Busey, un famoso actor secundario de Hollywood) extrayendo un órgano sanguinolento de las entrañas de un detenido para depositarlo en uno de numerosos contenedores destinados al extranjero (Londres, Nueva York, Tel Aviv) marcados con la inscripción «Órgano humano para transplante». La escena suscitó las más vivas críticas y según numerosos periodistas de la prensa dominante denota un flagrante antisemitismo. Sin embargo, nadie se tomó el trabajo de investigar sobre el tema del tráfico de órganos en el Irak ocupado. Si lo hubiesen hecho habrían descubierto que el tráfico de órganos humanos se desarrolla de forma inquietante desde que comenzó la ocupación, gracias a la miseria. Numerosos iraquíes sin trabajo aceptan efectivamente vender sus órganos –principalmente riñones– al mejor postor. Los beneficiarios son algunos iraquíes adinerados así como «turistas de salud», extranjeros atraídos por las tarifas en vigor –en el hospital Karama, de Bagdad, se puede comprar un riñón en 2 000 ó 3 000 dólares. Los donantes obligados a recurrir a esa decisión extrema vienen de los barrios más pobres de Bagdad, principalmente de Sadr City, pero otros llegan también del resto del país. Los riesgos de complicaciones, a veces mortales, que corren los donantes son crecientes debido a la malnutrición, la falta de medicamentos y la dramática situación sanitaria del pays [3]. El diario argelino La Nouvelle République también reportó la existencia de un tráfico mafioso de riñones que lleva a enfermos argelinos desesperados a Irak pasando por Jordania. Como los protocolos médicos no se aplican con el debido rigor, el 90% de los pacientes transplantados también muere a corto plazo. [4].
Las informaciones mencionadas se refieren al tráfico de órganos de donantes «voluntarios». Pero el film presenta prácticas efectuadas en prisioneros de Abu Ghraib y en personas muertas por disparos estadounidenses. La ficción está basada en informaciones provenientes de la prensa árabe. Según Fakhriya Ahmad en el diario saudita Al Watan del 18 de diciembre de 2004, informes de servicios secretos europeos mencionaron un importante tráfico de órganos provenientes de muertos y heridos, órganos que fueron enviados a clínicas privadas y, posteriormente, a Estados Unidos. La prisión de Abu Ghraib está claramente implicada. Al parecer, numerosos detenidos ejecutados habrían sido objeto de ablaciones de órganos.
Las críticas de la prensa dominante
Otro elemento que los detractores del film ponen en tela de juicio son los destinos indicados en los contenedores: Londres, Nueva York y Tel Aviv. Las dos primeras ciudades aluden a los dos principales miembros de la «coalición», Estados Unidos y el Reino Unido. En cuanto a la referencia a Israel, más que una estigmatización antisemita es una denuncia de la presencia extraoficial de fuerzas israelíes en Irak. En efecto, numerosos observadores señalan la participación de Israel en la ocupación de Irak. Por ejemplo, el diario israelí Yedioth Ahronoth confirmó en su edición del 1ro de diciembre de 2005 que ciudadanos israelíes altamente experimentados en el «combate militar de élite» (formulación que sugiere que podría tratarse de ex soldados del ejército israelí) estaban entrenando a las milicias kurdas en el norte de Irak [5]. Bajo la cobertura de compañías israelíes especializadas en seguridad y combate antiterrorista, esas unidades habían establecido un campo de entrenamiento en una zona desértica del norte de Irak. Sus miembros entrenaban a grupos «antiterroristas» de élite para el gobierno autónomo kurdo de Irak.
Algunos ven una muestra de antisemitismo en el propio personaje del médico estadounidense, presentado como judío. En realidad, nada permite identificarlo como tal ya que sólo mucho más tarde se menciona el asunto durante un diálogo en que Sam Marshall y el propio médico bromean sobre sus religiones respectivas. La intención de los guionistas y del realizador no parece ser desarrollar el antisemitismo. Se trata más bien de criticar la lógica del «choque de civilizaciones» de las fuerzas de ocupación en Irak, abiertamente entregados a una «cruzada» judeocristiana con el pretexto criminalmente falaz de instaurar la democracia en Irak. Y es que Sam Marshall es un integrista cristiano. Declaraciones del presidente estadounidense aparecen en boca de Sam Marshall cuando, de rodillas ante un crucifijo, este personaje habla de la ocupación de Irak como de una misión divina. Este personaje es además un guiño de ojo a Condoleeza Rice. Como ella, es un melómano y pianista virtuoso que llega incluso a apropiarse del piano blanco de Sadam Husein, símbolo del poder absoluto. Sin embargo, su crueldad sarcástica y arrogante, su elegancia en el vestir recuerdan también la imagen de los oficiales nazis que tradicionalmente ofrece el propio cine hollywoodense. Convencido de las buenas razones que lo asisten, Sam Marshall evoca en sus plegarias la ayuda «humanitaria» que ofrece al pueblo iraquí. Mentalmente se ve a sí mismo, encima de un camión, lanzando cajas de comida a una multitud hambrienta y pelotas a niños agradecidos. Los planos que siguen presentan a médicos occidentales vestidos de blanco que auscultan a los pobres iraquíes –imágenes que tanto ha difundido la televisión de nuestros países cada vez que se produce algún conflicto en el mundo…
Otra escena tildada de antisemita se desarrolla en el restaurante del hotel, cuando Alemdar anuncia al director del «Grand Harilton» que ha sembrado bombas por todo el edificio y que es mejor negociar discretamente ya que, le dice, «Sus clientes están inquietos». Para ilustrar esto último, en un plano muy breve se ve a un judío ortodoxo vestido con el atuendo tradicional (largo traje negro, sombrero y cabello en espiral) levantarse y abandonar la pieza. Es cierto que ese probable intento de humor no es muy fino que digamos y puede prestarse a una interpretación ambigua. Pero parece destinado sobre todo a insistir en la complicidad política y militar que existe entre Estados Unidos e Israel en lo tocante a la ocupación de Irak (los ocupantes de las demás mesas del elegante restaurante son burgueses occidentales, sin dudas estadounidenses). En ese caso, el personaje del judío ortodoxo se identifica con un israelí, amalgama inaceptable pero que –por muy inoportuna que sea– es frecuente en el Medio Oriente, sin ser por ello reveladora de algún sentimiento antisemita. En efecto, Israel se califica a sí mismo de Estado judío y las masas populares del Medio Oriente, con poco acceso a la educación académica, tienen tendencia a superponer ambos conceptos.
La representación de un Islam ilustrado
La historia prosigue con el deseo de venganza de Leila, la joven novia cuyo prometido fue asesinado por los soldados estadounidenses. Su primer impulso, bajo el imperio de la rebelión y la desesperación, es cometer un atentado suicida contra los ocupantes. Pero Abdurraman Halis Kerkuki, el jeque de su aldea, quien la educó después de la muerte de sus padres, condena el proyecto. El jeque le explica que ese acto se opondría por partida doble a las enseñanzas del Islam. En primer lugar, debido al sacrificio de un número indeterminado de víctimas inocentes, pero también porque le daría la razón a quienes representan a los musulmanes como monstruos inhumanos, como kamikazes que matan cobarde y ciegamente. «Además, dice el jeque, es posible que los occidentales estén organizando ellos mismos esos atentados…» El film muestra, por otra parte, el atentado suicida que realiza un iraquí (el padre del niño asesinado la noche de la boda) que hace estallar su bomba en medio de un mercado. Anteriormente, Leila había tratado en vano de disuadirlo. Las imágenes no escatiman detalles al espectador: miembros arrancados, muñones en carne viva, cadáveres ensangrentados. La mayoría de las víctimas son civiles. El mensaje es muy claro.
El personaje del jeque Kerkuki (su nombre parece indicar un origen kurdo) es tan importante como el propio Polat Alemdar. Es un hombre querido y respetado por todos los habitantes de la región, ya sean turkmenos, kurdos o árabes. Leila, por ejemplo, es árabe y vive en la casa de una anciana kurda. El jeque, conocido debido a su rectitud y sabiduría, es un vínculo esencial entre las diferentes comunidades. Siempre dispuesto a prestar auxilio a todo el que lo solicita, cualquiera que sea su origen étnico, el jeque simboliza la fuerza unificadora y portadora de paz del Islam. Alemdar es el espía de aspecto moderno, que evoca a la nación turca laica. Ha sido calificado, de manera engañosa, de «Rambo turco» cuando su físico es más bien el de un James Bond, limpio y seguro de sí mismo, vestido al estilo occidental. El jeque Kerkuki, con su atuendo de sedas tradicionales, es la encarnación del Islam ilustrado.
Después de impedir a Leila cometer un atentado suicida, el jeque interviene en el último momento cuando miembros de la resistencia están a punto de decapitar a un periodista estadounidense. En un local sin muebles, el periodista –debidamente identificado con sus documentos– está de rodillas, amarrado, ante dos iraquíes que esconden sus rostros bajo sus keffiehs. Uno sostiene una metralleta, el otro un sable. Un tercer hombre filma la escena con una cámara de video. «¡Cortaremos cabezas hasta que los estadounidenses, los británicos y los judíos se vayan de Irak!» grita uno de los verdugos. «¿A quién quieren parecerse ustedes?», grita entonces el jeque, « ¿A los títeres que trabajan para los tiranos?». Es una forma de preguntar quiénes son los verdaderos organizadores de las espantosas ejecuciones de occidentales que se han difundido en videos durante la ocupación de Irak. Kerkuki también parece condenar el uso de la palabra «judíos» para referirse a los israelíes.
- Escena de la película que evoca el video de la decapitación de Nick Berg.
Los valores de la sabiduría del Islam, sus tradiciones milenarias se reflejan en una danza. El jeque Kerkuki y numerosos fieles forman un círculo para ejecutar una bella danza sufi, entre meditación y éxtasis místico. La cámara sigue el ritmo de la danza mediante amplios movimientos circulares, se sitúa frecuentemente encima de los bailarines para captar mejor la lenta coreografía. La elaboración estudiada de esas imágenes contrasta de nuevo con ciertas escenas mucho más triviales. Se intercalan entonces otros planos en que se ven familias enteras que son expulsadas de sus casas, infelices que amontonan sus modestas pertenencias en carretas, expulsados debido a la existencia de petróleo en el subsuelo de sus aldeas. Durante esta doble secuencia se oyen en off las palabras del jeque llamando a la plegaria para resistir ante los ataques enemigos y celebrando las bondades del Islam, «la religión de la paz».
Del lado opuesto, las fuerzas estadounidenses son presentadas como manipuladoras de las diferentes comunidades en aras de garantizar su propio predominio. Sam Marshall se jacta de haber azuzado, unos contra otros, a kurdos, turkmenos y árabes. El film es particularmente duro con los colaboradores kurdos. Sería posible ver en ello una prueba de la tradicional hostilidad de los turcos hacia los kurdos (etnia que existe también en Turquía, donde desde hace décadas reclama su independencia mediante verdaderas guerrillas) si la situación que se describe en El Valle de los Lobos no fuese el reflejo de una trágica realidad. En efecto, los estadounidenses utilizaron a los kurdos de Irak para tratar de aplastar la resistencia en el norte de ese país. La aplicación de ese plan se aceleró cuando Turquía se negó a abrir su territorio a las tropas estadounidenses en el momento de la invasión, en marzo de 2003. Y de hecho, los independentistas kurdos de Irak decidieron colaborar plenamente con el ocupante, escogiendo así la aplicación de una política etnicista en detrimento de la población árabe y de la minoría turkmena.
La conciencia nacional turca en filigrana
Siendo un film turco, Kurtlar Vadisi transmite ante todo las preocupaciones de Turquía ante la ocupación de Irak. Traduce el distanciamiento de un sector de las instancias dirigentes turcas en relación con la política de su aliado estadounidense. Desde el ataque contra Irak, las relaciones entre ambos países siguen siendo relativamente tensas y la inquietud por el destino de la población turkmena crece en Turquía.
El film refleja también un vibrante nacionalismo turco, sentimiento que crece debido a esta trágica guerra. No se debe olvidar que Turquía nació del legendario imperio otomano, que durante su época de gloria se extendía desde los Balcanes hasta el norte de África y la península arábiga, incluyendo Irak. En este gran espectáculo heroico se percibe en filigrana la nostalgia del imperio, de su poder unificador que, según la visión de ciertos turcos, velaba por la armonía de las culturas y religiones que lo conformaban. Al principio del film, el oficial turco escribe en su carta de adiós: «Todos los gobernantes de ese país[Irak]oprimieron al pueblo, exceptuando a nuestros abuelos». Al mismo tiempo, el nombre del héroe, Alemdar, significa en turco «abanderado».
Es necesario relacionar esas señales con la estrategia actual de Turquía, que trata de restaurar su antigua influencia en los países turcófonos de Asia central y del sur del Cáucaso. Desde principios de los años 90, Ankara ha construido nuevos centros culturales turcos en los cinco países turcófonos de la antigua URSS: Kazajstán, Turkmenistán, Uzbekistán, Kirguistán y Azerbaiján. La política del gobierno turco está dirigida también a los sectores de la economía, el comercio y la energía.
El Valle de los Lobos es por tanto, ante todo, un film concebido para el público turco. El pueblo turco es, efectivamente, más contrario que sus élites a la agresión contra Irak. En la acción abundan, por consiguiente, múltiples alusiones que escapan fácilmente a la observación del espectador de otra nacionalidad, como la escena en que un coro de niños iraquíes canta dócilmente el Himno a la Alegría de Beethoven ante Sam Marshall. Se trata de una sutil referencia a la Unión Europea (que se apropió de esa composición como himno oficial), entidad considerada como una simple correa de transmisión de la política estadounidense.
Los estadounidenses son los malos
El enorme éxito del film en Turquía es perfectamente lógico. Los turcos han visto innumerables películas de acción de factura hollywoodense en las que los malos son asiáticos, rusos y árabes –malos por demás particularmente estúpidos y crueles, que acaban siempre por caer ante los estadounidenses buenos. Basta con citar, por ejemplo, la serie Delta Force con el actor-karateka Chuck Norris. El slogan de Delta Force 1 (1986) es: «Ellos no negocian con los terroristas. Los revientan». Los terroristas en cuestión son miserables palestinos que secuestran un avión… En Delta Force 2, subtitulado «La conexión colombiana» (1990), los palestinos se convierten en un traficante de droga colombiano sudamericano, que además es un psicópata. La serie tuvo muchas otras ediciones. No olvidemos tampoco a Rambo 2 y 3, arquetipos de la propaganda revanchista y violenta. En Rambo 2 (1985), el personaje interpretado por Sylvester Stallone, veterano de la guerra de Vietnam, vuelve a ese país para liberar soldados estadounidenses todavía prisioneros. Y de paso aniquila hordas de vietnamitas. Rambo 3 (1988) se desarrolla en Afganistán, donde aparece Stallone para eliminar un montón de soviéticos (en aquella época los Muyahidines eran buenos… El film de la serie de James Bond Matar no es un juego (Living Daylights, 1987) exhibido un año antes tenía esa misma orientación). Recordemos que el perfil de Polat Alemdar no tiene nada que ver con Rambo, guerrero culturista. Lo interesante es que ese físico caricaturalmente viril corresponde al de los mercenarios de Sam Marshall, interpretados por actores culturistas de músculos hipertrofiados, siempre metidos en camisetas ceñidas, que mascan chewin-gum y llevan gruesas cadenas al cuello.
En todos los subproductos de Hollywood, los «nativos» casi siempre hablan inglés y parecen ignorar su propio idioma. No tienen identidad propia. En Kurtlar Vadisi – Irak, son los diálogos de los actores estadounidenses los que están doblados al turco. ¡El efecto es irresistible!
Más recientemente, la serie de televisión 24, oficialmente subvencionada por la CIA, suscitó un verdadero escándalo en Turquía. En esa serie, que se desarrolla en tiempo real (24 episodios que conforman un día de acción), el héroe Jack Bauer trabaja para el equipo antiterrorista de la CIA. Extremadamente popular a través del mundo, 24 se hizo notar por su intención de legitimar la tortura. Sin embargo, la cuarta parte causó particular conmoción en Turquía debido a que los terroristas contra los que Bauer combatía eran turcos. Como tan a menudo sucede en la industria estadounidense del entretenimiento, los guionistas demuestran su gran erudición filmando frases turcas redactadas… en escritura árabe.
Una ficción vengadora
Ciertos periodistas occidentales manifestaron inquietud ante el júbilo que manifestó en los cines el público turco. Sobre todo al final, cuando Polat Alemdar apuñala a Sam Marshall y remueve el cuchillo en la herida. En ese momento, numerosos espectadores aplauden espontáneamente. Pero ¿no es acaso comprensible? Esta ficción vengadora es una verdadera válvula de escape para un pueblo confrontado al caos que imponen las tropas estadounidenses a las puertas mismas de Turquía. En cada escena en que los soldados estadounidenses caen bajo los disparos de los hombres de Polat Alemdar, es palpable el sentimiento de revancha. Para los espectadores turcos, al fin se hace justicia, aunque sea de manera virtual.
El regreso del cine turco
La salida al mercado de esta superproducción confirma también el renacimiento del cine turco. Hay que señalar que durante los años 60 y 70, dejando Hollywood aparte, el cine turco fue el segundo del mundo, después del cine indio. Turquía tiene una doble tradición de grandes espectáculos populares y de filmes que plantean interrogantes sobre las opciones económicas, políticas y sociales, aún cuando realizadores y guionistas tuvieron que luchar sin descanso contra la censura de diferentes dictaduras. El cineasta emblemático de Turquía sigue siendo el gran Yilmaz Guney, autor de obras maestras como Yol (1982) y La pared (1983), que pasó años en prisión y tuvo que escribir parte de sus películas en la cárcel. Guney obtuvo reconocimiento internacional cuando Yol ganó la Palma de Oro en el Festival de Cannes, pero murió prematuramente en 1984, a los 47 años, como consecuencia de los malos tratos que había sufrido en prisión. Desde mediados de los años 90, el cine turco readquirió creciente vitalidad, luego de un periodo de decadencia provocado por el golpe de Estado proestadounidense de 1980. Por cierto, el realizador de Kurtlar Vadisi – Irak, Serdar Akar, no es precisamente un desconocido. Su primer largometraje, Gemide (A bordo), fue presentado en la Semana de la Crítica del Festival de Cannes, en 1999.
El Valle de los Lobos es a la vez una gran ofensiva comercial, con un presupuesto colosal para Turquía, y un notable panfleto político. Durante la gala de presentación en Estambul, los guardias encargados de la seguridad vestían flamantes uniformes del ejército estadounidense… El actor estadounidense de origen griego Billy Zane, que interpreta al villano Sam Marshal, concedió varias entrevistas durante esa presentación. Declaró que había aceptado actuar en Kurtlar Vadisi para expresar su oposición a la agresión contra Irak. «Soy un patriota, por eso interpreté ese papel. Claro está, es un melodrama, pero se basa en hechos reales.» [6]. En una entrevista televisiva precisó: «Hay que mostrar los horrores de la guerra. Actué en esta película porque soy pacifista, estoy contra todos los tipos de guerra.» [7]. «Es un film político de acción», declararon por su parte los guionistas Raci Sasmaz (también director de la sociedad de producción, Pana Film) y Bahadir Özdemer, «Un film contra la guerra. La guerra es un drama, una tragedia para el pueblo [iraquí], hay que ponerle fin.» [8].
Los críticas de la prensa occidental contra el film son el resultado de una lectura superficial mientras que el espectador turco percibe con júbilo las escenas más caricaturescas como una denuncia del racismo de Hollywood.
El film responde a la violencia del imperialismo estadounidense con el orgullo del nacionalismo turco. Pero lo hace también mediante la evocación de los valores de un Islam ilustrado, que predica paz, justicia y tolerancia, y que favorece la reconciliación intercomunitaria ante el integrismo arrogante de Estados Unidos. Algunos pudieran interpretar ese mensaje como una contribución diferente, pero simétrica, a la lógica del «choque de civilizaciones» que predican los neoconservadores estadounidenses actualmente en el poder. De hecho, esa visión refleja la situación actual de Turquía. Luego de la caída del muro de Berlín, las perspectivas de lucha contra el imperialismo basadas en un concepto de «lucha de clases» parecieron alejarse de golpe. Además, las dictaduras que ocuparon sucesivamente el poder en Turquía –con la complicidad de Estados Unidos– después del fin de la Segunda Guerra Mundial habían diezmado varias generaciones de militantes antiimperialistas progresistas –fenómeno que encontramos también en otros países del Medio Oriente y del Tercer Mundo en general. La lucha contra la hegemonía estadounidense vuelve así a centrarse de forma creciente en los valores culturales musulmanes, una de las bases comunes de la identidad turca laica y del mundo árabe.
El Valle de los Lobos – Irak, obra desigual y contradictoria, pero sorprendentemente rica, tiene el mérito de ser portadora de un fuerte mensaje político, el de la oposición al Imperio y el rechazo a su política de «guerras preventivas». Ante un imperialismo que se cree invencible, el film lanza una advertencia en forma de burla, la advertencia vengadora de David ante Goliat...
Extraido de : http://www.voltairenet.org/article139037.html
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